Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa
¡La Medalla de la Inmaculada Concepción popularmente conocida como la Medalla Milagrosa fue diseñada según las indicaciones de la misma Santísima Virgen! Por eso no es de extrañar que obtenga tan extraordinarias gracias para aquellos que la llevan puesta y rezan por la intercesión y el socorro de María.
La historia comienza la noche entre el 18 y 19 de julio de 1830. Un niño (tal vez su ángel de la guarda), despertó a la Hermana (ahora santa) Catalina Labouré, una novicia en la comunidad de las Hijas de la Caridad en París, y le pidió que fuera a la capilla. Allí, Catalina se reunió con la Virgen María y conversó con ella por varias horas. Durante la conversación María le dijo: “Mi niña, te voy a encomendar una misión”.
Primera Aparición
La primera aparición tuvo lugar en la noche del 18 al 19 de julio de 1830, víspera de la fiesta de San Vicente de Paúl fecha que se celebraba antes del Concilio Vaticano II y debía preparar a la vidente a su misión posterior.
He aquí como la describe ella misma en la relación que hace a su confesor:
Llegó la víspera de la fiesta de San Vicente. Nuestra buena Madre Marta, nos dio una charla sobre la devoción a los santos, en particular sobre la devoción a la SS. Virgen, charla que me inspiró un deseo tan grande de ver a la SS. Virgen que me fui a acostar con el pensamiento de que esa noche vería a mi buena Madre. ¡Hacía tanto tiempo que deseaba verla! Al fin me quedé dormida. Como se nos había distribuido un pedazo de género de la sobrepelliz de S. Vicente corté la mitad del mismo, me la tragué y me dormí con la idea de que San Vicente me obtendría la gracia de ver a la SS. Virgen.
Despertándome, miré hacia el costado de donde escuchaba la voz, que era del lado del pasillo. Corro la cortina y veo un niño vestido de blanco, de 4 o 5 años de edad, que me dice: - Ven a la Capilla, allí te espera la SS. Virgen.
Inmediatamente me asaltó la idea:
- Me van a oír.
- Quédate tranquila, son las once y media, todo el mundo duerme profundamente. Ven, te espero.
El niño me condujo al presbiterio, al lado del sillón del P. Director, me puse de rodillas y el niño quedó de pie todo el tiempo. Como me parecía larga la espera, yo miraba si las centinelas (las Hermanas designadas para vigilar durante la noche) no andaban por las tribunas. Al fin llegó la hora. El niño me alerta y me dice:
Yo dudaba si sería la SS. Virgen. Sin embargo, el niño que estaba allí me dijo: ¡He aquí a la SS. Virgen! Me sería imposible expresar lo que experimenté en ese momento, lo que sucedía dentro de mí; me parecía que no veía a la SS. Virgen. Entonces el niño me habló no como un niño sino como un hombre, ¡con voz muy enérgica! Mirando entonces a la SS. Virgen, no hice más que dar un salto hasta Ella, me puse de rodillas en las gradas del altar, las manos apoyadas sobre las rodillas de la SS. Virgen.
La SS. Virgen me enseñó como debía comportarme con mi Director y agregó muchas cosas más que no debo decir.
No sé cuanto tiempo quedé a los pies de la SS. Virgen; lo único que sé es que cuando hubo partido, sólo percibí algo que se desvanecía, como una sombra que se dirigía hacia el costado de la tribuna, por el mismo camino por donde había llegado. Me levanté de las gradas del altar y vi al niño en el mismo lugar donde lo había dejado; me dijo: - ¡Se ha ido!
Le comunica una misión que Dios le quiere confiar.
La prepara con sabios consejos para que hable con sumisión y confianza a su director.
Le anuncia futuros eventos para afianzar la fe de aquellos que pudieran dudar de la aparición.
Le Regala una relación familiar de madre-hija: la ve, se acerca a ella, hablan con familiaridad y sencillez, la toca y la Virgen no solo consiente, sino que se sienta para que Catalina pueda aproximarse hasta el extremo de apoyar sus brazos y manos en las rodillas de la Reina del Cielo.
Catalina recibe el anuncio de una misión y una petición: que se funde una Cofradía de las Hijas e Hijos de María (Ahora JMV). Lo que hará el Padre Aladel el 2 de febrero de 1840.
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Era el 27 de noviembre de 1830, que caía el sábado anterior el primer domingo de Adviento. Yo tenía la convicción de que vería de nuevo a la SS. Virgen y que la vería "más hermosa que nunca"; yo vivía con esta esperanza. A las cinco y media de la tarde, algunos minutos después del primer punto de la meditación, durante el gran silencio, me pareció escuchar ruido del lado de la tribuna, cerca del cuadro de San José, como el roce de un vestido de seda.
LA VIRGEN CON EL GLOBO
Habiendo mirado hacia ese costado, vi a la SS. Virgen a la altura del cuadro de San José. La SS. Virgen estaba de pie, era de estatura mediana; tenía un vestido cerrado de seda aurora, hecho según se dice "a la virgen", mangas lisas; un velo blanco le cubría la cabeza y le caía por ambos lados hasta sus pies; debajo del velo vi sus cabellos lisos, divididos por la mitad, ligeramente apoyado sobre sus cabellos tenía un encaje de tres centímetros, sin fruncido, su cara estaba bastante descubierta. Sus pies se apoyaban sobre la mitad de un globo blanco o al menos no me pareció sino la mitad, tenía también bajo sus pies una serpiente de color verdoso con manchas amarillentas. Con sus manos sostenía un globo de oro, con una pequeña cruz encima, que representaba al mundo; sus manos estaban a la altura del pecho, de manera elegante; sus ojos miraban hacia el Cielo. Su aspecto era extraordinariamente hermoso, no lo podría describir.
De pronto vi anillos en sus dedos, tres en cada dedo; el más grande cerca de la mano, uno de mediano tamaño en el medio y uno más pequeño en la extremidad y cada uno estaba recubierto de piedras preciosas de tamaño proporcionado. Rayos de luz, unos más hermosos que otros salían de las piedras preciosas; las piedras más grandes emitían rayos más amplios, las pequeñas, más pequeños; los rayos iban siempre prologándose de tal forma que toda la parte baja estaba cubierta por ellos y yo no veía más sus pies.
Esta fase fue silenciosa; preparaba la siguiente. El globo desapareció, la Virgen va a cambiar de actitud, a bajar la mirada y teniendo los dedos siempre guarnecidos de anillos con piedras preciosas destellantes, va a hablar a Sor Catalina.
El P. Aladel, confesor de Sor Catalina, recibió con indiferencia, hasta se puede decir con severidad, las comunicaciones de su penitente. Le prohibió aún darles fe. Pero la obediencia de la Santa, atestiguada por su mismo Director, no tenía el poder de borrar de su mente el recuerdo de lo que ella había visto. El pensamiento de María y lo que Ella pedía no la dejaban, ni tampoco una íntima convicción de que la volvería a ver.
Decirle lo que sentí en el momento en que la SS. Virgen ofrecía el globo a Nuestro Señor, es imposible expresarlo, como también lo que experimenté mientras la contemplaba. Una voz se hizo escuchar en el fondo de mi corazón y me dijo: Estos rayos son el símbolo de las gracias que la SS. Virgen consigue para quienes se las piden.
Por eso, Sor Catalina acaba su relato con esta exclamación:
¡Oh que hermoso será escuchar decir: María es la Reina del Universo ! Los niños gritarán: María es la Reina de cada persona en particular.
Fuente: misevi.org